El 27 de septiembre de 1975 marcó un hito trágico en la historia de España, cuando la dictadura franquista ejecutó a cinco opositores políticos en un intento desesperado por silenciar la creciente disidencia. Este acto de violencia estatal no solo se inscribe en un contexto de represión, sino que también ha dejado una huella imborrable en la memoria colectiva del país. A medida que se cumplen 50 años de estos fusilamientos, las voces de aquellos que vivieron esta experiencia y de sus familias resuenan con más fuerza que nunca, exigiendo justicia y reconocimiento.
La mañana del 27 de septiembre, en un ambiente de tensión y miedo, cinco jóvenes, entre ellos José Luis Sánchez-Bravo, Xosé Humberto Baena y Ramón García Sanz, fueron llevados a su destino final: la muerte. Estos hombres, condenados a muerte tras juicios sin garantías, fueron víctimas de un sistema que buscaba mantener su control a través del terror. A pesar de la brutalidad de sus ejecuciones, la respuesta de la sociedad fue contundente. Las protestas estallaron en varias ciudades europeas, y la comunidad internacional condenó las acciones del régimen. Sin embargo, Franco, en su obstinación, eligió continuar con su política de represión.
### La Resistencia de la Memoria
La memoria de estos fusilamientos ha sido mantenida viva por aquellos que se niegan a olvidar. Fernando Sierra, un antiguo militante del FRAP, recuerda con claridad el impacto que tuvo el 27 de septiembre en su vida. A pesar de haber sido detenido y torturado, su espíritu de resistencia no se ha apagado. «Siempre llevo presente esa fecha, con orgullo», afirma. La lucha por la justicia y el reconocimiento de las víctimas del franquismo es un tema recurrente en su discurso. Para él, la represión no solo se limitó a los fusilamientos, sino que se extendió a un sistema que utilizó el miedo como herramienta de control.
Las historias de los fusilados son también las historias de sus familias. Mertxe, prima de Ángel Otaegi, uno de los ejecutados, recuerda la angustia que vivió su familia durante esos días. «Nunca pensamos que lo fueran a ejecutar», dice, reflejando la incredulidad que muchos sintieron ante la brutalidad del régimen. Las ejecuciones no solo afectaron a los condenados, sino que también dejaron cicatrices profundas en sus seres queridos, quienes han luchado por el reconocimiento de sus derechos como víctimas de un crimen de Estado.
### La Lucha por la Justicia
A lo largo de los años, la lucha por la justicia ha tomado diferentes formas. Desde manifestaciones hasta la creación de asociaciones de víctimas, el objetivo ha sido claro: obtener el reconocimiento de la injusticia sufrida. En 2012, el gobierno vasco finalmente reconoció a los fusilados como víctimas oficiales de la dictadura, un paso significativo en el camino hacia la reparación. Sin embargo, el proceso ha sido lento y lleno de obstáculos. La falta de voluntad política y la resistencia de ciertos sectores de la sociedad han dificultado el avance de esta causa.
El reconocimiento de la ilegalidad de los juicios y la nulidad de las condenas es un tema que sigue siendo debatido. A pesar de que algunos familiares han recibido documentos oficiales que declaran la nulidad de las condenas, otros, como Ramón García Sanz, aún esperan su turno. La lucha por la memoria y la justicia no solo es una cuestión de reconocimiento, sino también de dignidad para aquellos que sufrieron en manos de un régimen opresor.
La música también ha jugado un papel crucial en la preservación de la memoria de estos fusilados. Canciones como «Al Alba», escrita por Luis Eduardo Aute, se convirtieron en himnos de resistencia. Rosa León, quien interpretó esta canción, recuerda cómo la música unió a las personas en un momento de dolor y desesperación. «Hay canciones que dejan de ser de su autor y pasan a ser de la gente», dice León, reflejando el poder de la música como herramienta de protesta y memoria.
La historia de los últimos fusilados del franquismo es un recordatorio de la importancia de la memoria histórica. A medida que se cumplen 50 años de estos eventos, es fundamental que la sociedad española no olvide el pasado y continúe luchando por la justicia y el reconocimiento de las víctimas. La memoria de aquellos que fueron silenciados debe ser honrada, y su lucha por un futuro más justo y democrático debe ser un legado para las generaciones venideras.